El ratón de campo

Publicado por garvidal en

Rodolfo era, tan solo, un ratón de campo. Su madre ya lo advirtió en cuanto lo vio en su camada, de los catorce hermanos estaba claro cual no iba a ser un ratón de biblioteca como su tío Julián, al que todos admiraban y el que, según contaba él mismo, había devorado en un solo fin de semana una copia en facsímil de “El Quijote” y dos temporadas completas de “Reader’s Digest”, todos ellos de la sección de internacional a la que nadie, en realidad, acudía y que nadie había echado en falta. Pero Rodolfo no apuntaba maneras para ello. El resto de sus hermanos, ratones de más pelaje, se fueron colocando en cocinas y graneros según su posición, mientras que a él tan solo le quedó la opción de campar a sus anchas por los encinares del vecindario. En realidad no era tan malo. Se había acostumbrado a comer las frutas que caían bien maduras de los árboles que anidaban en las lomas, donde los cultivos ya no podían crecer, y a beber agua de los charcos y arroyuelos que veteaban sus dominios. Había aprendido a burlar a búhos y lechuzas, a sortear a los zorros y a los perros de caza que se hacían cada día más perezosos. ¡Al menos no había serpientes! (O eso creía). Al menos él nunca había visto ninguna. Ninguna más allá de su prima Celia, que se pavoneaba en la puerta de su cobertizo cada vez que lo veía cerca. ¡Cómo odiaba a aquella ratona! Todavía le dolía el mordisco que, bien pequeño, recibió en la cola por su parte. Todo por un estúpido juego en el que tenía que besarla en el hocico. Aprendió la lección, no beses a una ratona si ella no quiere. Ahora no eran de su interés, en su larga vida, casi nueve meses, había aprendido también a evitar a las hembras de su raza, que solo buscaban tener camada tras camada. ¿Dónde quedaba la aventura? Investigar cuevas de topo, perseguir saltamontes, robar huevos pequeños de los nidos de los pájaros. ¡Eso sí era vida! Solo había una cosa que a Rodolfo le asustara, y eran las voces, las voces de las cunetas, las voces que pedían, cada noche, justicia. Sabía que solo eran eso, ecos, sueños incumplidos, vidas truncadas, sabía que, bajo la turba y las raíces, habitaban los cuerpos de los olvidados, de los asesinados, de los perdidos. Y, pese a tan solo ser un ratón de campo, Rodolfo ya sabía que los hombres creen que imparten justicia, pero solo el tiempo da la venganza. 

Categorías: Microrrelato

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