Llámalo asesino

No estaba desequilibrado, no os equivoquéis. Alguien capaz de matar a otra persona es un asesino, no un desequilibrado. Tampoco es solo un caso de violencia de género, ni un arrebato de furia, ni un momento de locura, es un asesinato pensado, meditado y ejecutado. Y si cualquier asesinato es repugnante, matar a dos niñas es una abominación. Y, si todavía pudiera ser más horrible, ha sido su propio padre el que ha cercenado la vida a las dos niñas con el único motivo de dañar a una tercera persona, a una mujer. Ahora podemos todos conjurar, insultar, amenazar, pero, en realidad, lo único que queda es llorar, por las niñas, por su madre, y porque, de algún modo, todos hemos perdido más, si cabe, la fe en el género humano. Las penas de cárcel, por muy duras que sean, no asustan a los asesinos, y todavía menos a los asesinos que no tienen intención de cumplirlas y son tan cobardes que, tras asesinar se quitan la vida, una vida a la que, en realidad, no tienen derecho.

Lo que queda por hacer es repensarnos como sociedad, ver dónde ha fallado todo para que un hombre, un padre, sea capaz de cometer un asesinato tan repugnante, qué tipo de sociedad hemos creado para que alguien se arrogue con el derecho de matar a dos niñas, dos seres inocentes, tan solo por dañar de por vida a un tercero. Ha arrebatado cuatro vidas en realidad, y no hay ni explicación ni etiqueta para dicho acto. Aquellos que disculpan la violencia, que la jalean, que la infravaloran no deberían tener cabida en una sociedad como la nuestra; aquellos que insisten en negar la mayor, en hacer ojos ciegos a una realidad dolorosa, que no quieren ver la verdad, el dolor y la muerte, aquellos son también cómplices de estos asesinos.

El trabajo está todo por hacer. Hay que proteger, cuidar, anticiparse y, sobre todo, educar. Y educar no es tan solo un trabajo sobre la juventud y la infancia, sino que debemos educarnos a nosotros mismos, a nuestros amigos y a nuestras conciencias, o volveremos todos a ser cómplices del próximo asesino.