A ese lugar oscuro

Publicado por garvidal en

Se lo contó una tarde en la que habían bebido lo necesario para que los secretos se transformaran en confidencias y menos de lo preciso para que fueran confesiones. Se lo dijo con la naturalidad de un niño, sin filtros, como si aquella charla apacible en la que las vocales se alargaban como volutas de humo fuera tan solo una de esas conversaciones que uno tiene consigo mismo. Comenzó por hablarle de ese lugar pequeño y oscuro en el que se refugiaba, al que huía cabizbajo, el pozo en el que ahogar su miedo y su soledad; allí se escapaba. Le contó como la infancia puede ser una tortura, como se hunden en la carne, cortándola, las burlas y las chanzas, los cuchillos de los insultos y las amenazas. Luego, ante la coartada de los cómplices que aplauden con su risa, él se hacía cada vez más pequeño, cada vez más tenue, más transparente, hasta que llegó el momento en el que se veía desde fuera y era objeto de sus propias burlas y su propio desprecio. Llegó un día en el que asumió que merecía todo aquello, se culpó a sí mismo en lugar de culpar a los demás y aceptó ser la diana de todas las saetas, convirtiéndose en una sombra proyectada sobre el suelo. Y aprendió a evitar, a evitar a la gente, a los otros, a transitar por el borde de la vida, a ocultarse en los sitios en los que los demás se muestran, a ser el vagón de cola, el cascabel de la serpiente, el bulto bajo las mantas. Se deshizo de los espejos en los que mirarse, pues su imagen era la que los demás le habían dibujado, se despojó de todo amor por sí mismo ante el odio que generaba en ellos y, al final, se supo derrotado en una batalla en la que nunca quiso luchar. Y, pese a que pasaron años, ese niño, que vivía atemorizado en los patios de los colegios, seguía allí dentro y era el capitán de sus miedos, el reproche a sus fracasos, la verdad de sus silencios. No habría hecho falta mucho, quizá una mano amiga, un hombro en el que apoyarse, un muro que lo defendiera y protegiera, pero no lo hubo, y la vida se encargó de transformarlo en el tembloroso eco de aquel dolor. Se lo contó una tarde, la tarde antes del día en el que se marchó para siempre a ese lugar oscuro.  

Categorías: Microrrelato

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