Almudena

Tenía la voz ronca y la pluma dulce. Fue capaz de helarnos el corazón, de escribir al viento sobre un castillo de cartón, de mostrarnos como somos a través del atlas de la geografía humana. Contadora de cuentos, soñadora de historias, de aquellos que pese a todo perdieron, de aquellas vidas pequeñas que siempre quedaban al borde del plato, que rozaban las grandes gestas y que eran parte de los silenciados por la derrota, así era ella, la que llenaba los huecos que la historia dejó vacíos, la lectora de Julio Verne, la pinche de Inés. Fue una mujer y fue cientos, Lulú, Inés, Malena, fue presente y fue pasado y, ahora, será para siempre. Ya lo decía su apellido, Grandes, así las hizo, así las escribió y ellas, todas ellas la harán eterna en nuestras estanterías, en nuestros regalos, en nuestros recuerdos. Vivió escribiendo para que viviéramos leyendo y nos deja un legado que se nos hace pequeño para el universo que existía dentro de ella. Quedará Almudena, la verdadera Almudena castiza de Madrid, como un referente de nuestra historia, de nuestra literatura, de esta España nuestra que se divide y se fagocita a sí misma continuamente, quedará como aquella mujer de sonrisa perenne que tenía, para suerte de todos, la voz ronca y la pluma dulce.
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