Año Nuevo
Recibió el año como tantos otros, pero instantes después dejó de pensar en ello. Nada había cambiado con aquellos dígitos que ahora parecían marcar un nuevo rumbo. Se acostó, como cada día, entre las sábanas frías que sólo él calentaba, se despertó buscando, más allá de las fronteras no escritas que marcaban el otro lado de la cama, a ese alguien que ya no estaba, y se desayunó un silencio profundo de pie en la cocina. Salir de casa aquella mañana no sería consuelo, los restos del naufragio seguirían sobre las aceras, los pocos que caminaban por ellas eran o bien supervivientes o bien seres tristes paseando a perros a los que poco les importaba el año nuevo. Alguno se levantaba a correr, costumbre, propósito de año nuevo, poco importa, pero él sentía como, todavía, llevaba los grilletes de la soledad que ensuciaba su vida con tizones negros. En la calle, sin rumbo ni destino, se dedicó a autocompadecerse, su deporte favorito, enumerando razones de por qué sí, por qué no, por qué él, y en aquel solitario con trampas ganaba perdiendo. Encontró un bar abierto, arrebujados los pocos para sentir calor y con el silbido del calentador de leche rasgando el burbujeante silencio cómodo. Se sentó en la barra, pidió con parcas palabras y se parapetó tras la pantalla del móvil. Tenía un mensaje, “buenos días, feliz año”. Quien sabe, quizá si había cambiado algo.
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