Ceguera
Un día decidió mirar el mundo desde el otro lado del espejo y se vio tal como era. Hasta ese momento tan sólo había visto su reflejo en contadas ocasiones, o se había mirado desde arriba como el titiritero que maneja una marioneta desvencijada, pero ese día se descubrió a sí mismo. También pudo ver como los demás se sentían al mirarse, y encontró miedos comunes, soledades insospechadas y tristezas perennes en almas que a sus ojos brillaban. Pensó que, desde fuera, siempre vemos lo que la luz dibuja y nuestro ojos modelan, pero somos, en muchos casos, incapaces de esculpir una sintonía que nos permita sentir lo que otros sienten, la empatía sorda y ciega nos arrastra a hacer bocetos imperfectos, imposible jugar la partida con las cartas de otro, sentarse en sus rodillas y decirle “yo también”. Se miró a sí mismo como lo miraban otros y se descubrió imperfecto, que no innecesario, se advirtió melancólico, que no solitario, y vio que, a su pesar, también era ciego a la lucha constante entre la autocompasión y la autoestima. Para dejar de estar ciego habría que verse con los ojos de los demás.
0 comentarios