Consuelo
Caminaba a un paso de su madre, llorando desconsoladamente. Ella lo seguía con paso rápido, intentando alcanzar al pequeño que corría como una exhalación mientras lloraba. Pensó en lo veloces que son los niños, con esas piernas pequeñas, con esos pasos dubitativos, que corren sin mirar muy bien dónde van, sin importarles todas esas enormes personas con las que pueden tropezar, como si, acostumbrados a caminar entre gigantes, tan solo les importase su llanto. Y ella, azorada, un tanto avergonzada, corría tras él para consolarlo. Y lo logró, con un beso y unas palabras dulces al oído, atrapándolo por el brazo y deteniéndolo con dulzura, con la dulzura que tienen las madres. Y me dio por pensar en el consuelo, en como perdemos la capacidad de consolar, de la terrible necesidad que tenemos de remediar el dolor ajeno, en el sufrimiento de ver sufrir y la impotencia del desconsuelo. De repente pienso en alguien cercano, alguien que sé que está sufriendo, y en su familia, en todos lo que tiene alrededor que no pueden consolarla, no pueden ni tan siquiera consolarse a ellos mismos ante lo que les viene encima, una enfermedad maldita, un final inevitable y un dolor que no tiene más cura que el tiempo y el olvido. Y recuerdo mi propia pérdida, mi sensación constante de derrota, recuerdo a la gente a mi alrededor intentando darme el consuelo inalcanzable que no se logra. ¿Qué les diré cuando llegue el momento? ¿Qué les contaré sobre el camino que les queda por andar, por esa senda terrible de la pérdida de la tristeza, de la soledad? Perder a alguien es la mayor de las condenas, instalarse en el duelo sin remedio del luto es una obligación para curar el alma, para sanar la falta que, en realidad, nunca llega a completarse. Ese hueco queda ya para siempre, como una herida mal curada, como una cicatriz que nunca cierra. Y no hay consuelo, no hay manera de consolar a alguien cuyo dolor es tan inmenso y tan terrible. Tan solo podremos acompañar en el dolor, con el nuestro a cuestas, y ser el dique que impida se derramen más allá del duelo silencioso de la despedida. No hay consuelo para la pérdida, no hay cura para el dolor. ¿Qué madre puede consolar al hijo cuando es el hijo quién pierde una madre?
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