Desenfocada

Publicado por garvidal en

Una mañana, una de esas mañanas que parecen ser como cualquier otra, Silvia se levantó desenfocada. Al principió pensó que tan solo era porque no se había puesto sus gafas, hasta que cayó en la cuenta de que ¡ella nunca había llevado gafas! Además, el resto del mundo le aparecía nítido y brillante. Contempló su mano frente a sus ojos y allí estaba, difuminada, inexacta, borrosa; sus pies descalzos, sobre las vetas perfectas de la madera del suelo, eran como dos pinceladas en un cuadro impresionista. ¿Se habría convertido, durante la noche, en eso? ¿En la figura imprecisa de un cuadro impresionista? Quizá de un Pissarro o de un Van Gogh, quizá el dibujo de un niño que jugaba con acuarelas. Sin embargo, se sentía sólida, podía pellizcar (¡ay!) el breve montículo de su vientre, sentir entre sus dedos los caracoles del vello de su pubis. Se miró al espejo y le gustó su imagen, en sus ojos una pincelada blanca brillaba y la mancha que eran sus labios dibujaba una sonrisa. Sus pechos, enmarcados con dos sombras curvas y embellecidos con el escaso rubor de los pezones, cambiaban de forma en cada gesto, sus caderas, como la silueta de un contrabajo, se perdía en dos semicírculos bosquejados con carboncillo y miel. ¿Cuánto hacía que no se pensaba, que no se miraba al espejo, que no se gustaba? Era incapaz de recordarlo. La vida la había arrollado, las prisas, los tiempos, la obligada necedad de cumplir, el mirarse con los ojos de los otros. ¿Dónde estaba aquella peca, la que, como una estrella polar, constelaba junto a su clavícula izquierda y que tanto gustaba a aquel chico que la cortejó hacía un millón de años? ¿Y el zurcido torpe de la cicatriz que le dejó la apresurada operación de apendicitis que le sobrevino en aquel campamento en Cazorla? ¿Dónde esta la Silvia que se soñó dentista, como su padre o abogada, como su madre? Tomó del armario un viejo álbum de fotos. Allí, esa Silvia que recordaba sonreía en cada imagen, pero cada vez más tenue, más desenfocada, más borrosa, menos sonriente. Y, allí mismo, tomó la decisión, la de definirse de nuevo, la de marcar sus límites, sus formas, sus fronteras y ser, de nuevo, la Silvia que siempre quiso se soñó ser. 

Categorías: Microrrelato

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