El actor de método.

Publicado por garvidal en

Lisardo era un actor de método. Cada mañana se levantaba, siempre a las 06:58 horas, para tener dos minutos antes de comenzar a actuar. Abría su boca, desmesuradamente, agitaba sus brazos y se abofeteaba con suavidad las mejillas, tampoco era cuestión de dañar su piel delicada y tersa; después comenzaba la función. El primer acto siempre era monótono, el desayuno sobre la mesa individual de aquella cocina de los setenta, con azulejos floreados y muebles en madera barata, pan tostado a punto de carbón y café de fiel cafetera italiana, de esas que llevan en la familia más años que los apellidos. Un poco de mermelada de melocotón, siempre la misma marca, y dos cucharadas y media de azúcar a la taza, recuerdo de Mojacar, llena hasta el borde. Luego tres galletas María y todo al lavaplatos. Ducha con serenata, la primavera pedía Vivaldi, y después pintarse de traje y corbata, zapato de piel del Carrefour y adelante. Ahora comenzaban las primeras líneas de su diálogo, “buenos días, doña Asunción” a la portera, “como está el tiempo de loco, ¿no cree?”. Abrir la puerta de la calle, mirada a la derecha, mirada a la izquierda, cartera en el bolsillo trasero, móvil en la chaqueta y llaves en el derecho. El mundo estaba lleno de extras como él. Pese a que siempre quiso ser protagonista, la vida lo había relegado a un segundo plano, a gente de relleno, de esos que en los guiones solo tienen frases genéricas y vacías. Aun así, él era un profesional y cumplía a rajatabla con los dictados del director, fuera quien fuera. También le habría gustado ser parte de una superproducción, pero su vida era más bien parecida a una película alemana de las de las tardes de sábado. Lo que más le dolía era que le había tocado el papel de soltero triste, de aquellos que solo murmullan al fondo de las barras de los bares mientras los protagonistas se besan acaloradamente al lado de la jukebox con una banda sonora colosal rodeándolos. Prefería haber sido el amigo gracioso, el simpático vendedor de perritos e, incluso, el taxista indiscreto, pero no, estaba seguro de que, en los títulos de crédito de su vida tan solo aparecía como Hombre Gris 15 o algo así. Muchas veces, en su mente, se escribía escenas audaces, con diálogos inteligentes, en las que él destacaba como personaje principal, llevándose a la chica, al chico o a lo que correspondiera según su fantasía, pero en aquella película en blanco y negro que era su vida tan solo era capaz de declamar sus pocas frases vacías y representar su papel. Subió al autobús, se sentó en el asiento de cada día y, con la mirada perdida en su reflejo del cristal, se dedicó a observar a todos esos que, como él, no dejaban huellas sobre el tiempo.

Categorías: Microrrelato

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