El café sobre la mesa

Publicado por garvidal en

La mañana flota sobre el café, que se enfría sobre la mesa de la cocina. Ella lo mira sin verlo, todavía atrapada en el velo de un sueño que no recuerda. Las arañas que tejen la tela de sus ojos siguen ahí; son los cangrejos que aparecen cuando las olas de sus párpados descubren sus pupilas vestidas de mar. La radio susurra desde alguna ventana vecina al patio de luces, lleno de desconchones y ropa tendida. Las migas de la cena todavía habitan sobre la mesa; son como pequeñas islas, restos de batallas perdidas. La vida, inerte y colgada del perchero, hoy le viene demasiado grande, arrugada y sin brillo. Escucha el agua caer; quizá la lluvia, quizá un vecino bajo la ducha, lo que le recuerda que debería lavarse el pelo; «puede que lo haga», se miente mientras unas manos acostumbradas a la plata sobre su cabeza le moldean una coleta alta. Quiere quitarse su olor de la piel, descascarillarse de su tacto, desprenderse de su recuerdo. Fue el vino el que la llevó de la mano a volver a buscar el calor que falta en su cama, gélida e infinita, quizá el sabor a soledad de la copa impar, quizá el eco de un brindis al sol, una promesa incumplida que se hizo a sí misma durante la cena. Pero la comida rápida no sacia y, al llegar la mañana, los besos sin alma, las caricias pedigüeñas y la liturgia del sexo se convierten en un espacio vacío, intransitable y sin habitantes, en el que dos se dan la espalda para comenzar a caminar en sentidos contrarios. Al despertar, el calor del otro lado de la cama ya se había apagado y el nombre falso que recordaba no tenía un rostro detrás que buscar en los armarios de la memoria; era tan solo una muesca más en un revolver sin balas, un disparo con los ojos cerrados que hiere, pero no mata. Toma el teléfono, busca el contacto y levanta un muro, parapetada en su desgana. Vierte el café en el desagüe y busca alguna droga que le calme los latidos en las sienes, que los del corazón le quedaron detenidos hacía ya demasiado tiempo. Camina descalza para sentir el suelo, desnuda para sentir el viento, sola para seguir viva.

Categorías: Microrrelato

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