El duelo
—¡En garde! —gritó.
Los floretes entrechocaron con brío cercenando el aire. Las cazoletas se enfrentaron cuando ambos contendientes acercaron sus rostros, sudorosos y enojados, justo un instante antes de arrojarse hacia atrás con ímpetu desmedido. El filo de su espada cortó el vacío donde hacía tan solo una milésima de segundo estaba la cabeza de su oponente que, profiriendo un grito, se lanzó a un ataque desesperado hacia delante encontrando la nada.
Jadeantes ambos volvieron a sus posiciones iniciales, vigilantes, estudiándose el uno al otro, con la dura mirada en el rostro y los músculos tensos como muelles. Esta embestida sería la última. Pensó que había llegado demasiado lejos para echarse atrás. El imperdonable pecado cometido dejaba una mácula sobre el blasón familiar que solo podía limpiarse con sangre. Generaciones lo observaban. Dejaría muy claro, costase lo que costase, que la tortilla de patatas, bajo ningún pretexto, podía llevar cebolla.
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