El soplador de vidrio

Publicado por garvidal en

Era el mejor soplador de vidrio de todo el mundo. Sus creaciones adornaban los más opulentos palacios, las galerías más prestigiosas e, incluso, los museos más exquisitos. De sus manos habían salido copas en las que bebían Papas y reyes, lámparas que brillaban sobre los teatros de todo el mundo y los más delicados pendientes que los orfebres habían podido engastar para las más hermosas mujeres. Pero todo ese fuego, todo ese aliento lo dejaba extenuado cada día. Al volver a casa, una humilde casa llena de espacios vacíos, se dejaba caer sobre su viejo sillón y, derrotado, dormitaba hasta que el anochecer lo encontraba vencido y desvencijado sobre su cama. Allí, como un ladrón, le asaltaba el insomnio, que le robaba el sueño y la paz de las noches. No encontraba consuelo en la oscuridad, así que salía a caminar como un náufrago entre las calles silenciosas de su villa. Allí, en el quebrado y solitario caminar nocturno, percibía los amortiguados sonidos que habitaban las casas, los ronquidos de aquellos afortunados que dormían a pierna suelta, el llanto inconsolable de los amantes rechazados, los gemidos de los que sí eran correspondidos, los maullidos de los gatos que, como él, habitaban la oscuridad hasta la vigilia. Cuando, agotado de caminar, volvía a casa, siempre buscaba una excusa vana para pasar primero por el taller, para encender el fuego, para limpiar la arena, para tener algo en lo que ocupar el tiempo que lo consumía a él, al contrario de lo que la naturaleza dicta. Aquella mañana decidió soplar algo nuevo, insuflar una forma con los ojos cerrados y que tomara volumen por sí misma. Y así lo hizo, girando con cuidado el tubo metálico sobre la base, calentando y enfriando la pieza, soplando a veces con fuerza, otras casi un suspiro. Y, cuando terminó, abrió los ojos. Y, frente a él, una mujer de cristal tomó forma. Su corazón palpitaba todavía con el último fuego, sus ojos, transparentes, lo miraban a él, con una sonrisa en su boca cristalina. Caminó hacia ella, que todavía estaba trémula, recién nacida. Se acercaron uno al otro y se fundieron en un abrazo.

Cuando el resto de los artesanos llegó al taller encontraron al viejo soplador de vidrio muerto, sonriendo, sobre un mar de cristales rotos.

Categorías: Microrrelato

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