La ballena

Publicado por garvidal en

A Jonás lo habían llamado tantas veces gordo que, al final, pasó de estarlo a serlo. Todos pusimos un clavo en la tapa del ataúd de su autoestima, todos. La ingenuidad de los niños es, en realidad, crueldad, una crueldad despiadada y sin freno que se infiltra entre las grietas de la personalidad y crece en ellas, destrozando todo a su paso. La burla que hiere más por el coro que ríe que por la ponzoña que contiene, el mote que humilla, el desprecio colectivo comandado por los normales, por las hienas que lo convertirán en carroña.

Ritos tribales como «Hacer equipos» eran una tortura para Jonás; él sabía que vería desaparecer a su alrededor a los elegidos mientras los distintos, los torpes y los gordos iban quedando como las piedras inútiles en el cedazo de un buscador de oro. Y allí, vestidos de vergüenza, señalados, con la mirada clavada en el suelo, con la única esperanza de no ser el último, iban cayendo los diferentes. Cuando ya no quedaba tela por cortar, Jonás seguía allí, esperando.

La tristeza era el hambre, el dolor era el hambre, la ansiedad era el hambre, el placebo que no sana, pero calma, que reclama sitio, que convierte al devorado en ballena. La capa de grasa detiene los golpes, pero nada puede parar los insultos y los desprecios, nada cura las heridas que infringen las burlas, heridas que no matan, que mueren con uno, que nunca dejan de sangrar. Un día cualquiera surge el primer complejo, se deforman los espejos, los probadores de las tiendas se convierten en celdas y nace una rata, esa que habita en el cerebro de Jonás y que roe sus entrañas, la que le repite cada insulto en el silencio de la noche oscura, la que le habla con el desprecio recibido de los demás y a la que acaba creyendo con la fe del mártir; la rata que habita en la cloaca de su tristeza. Su mente se bifurca, se divide en dos, y aparece el odio. Jonás se transforma en víctima y verdugo, se repite a sí mismo los mantras de los demás y termina creyéndolos, se insulta porque la imagen que le devuelve la vida no es la que él tiene, no puede verse en realidad, es la imagen deformada que le pintan pinceles ajenos y que él asume como propios.

Entonces llega la culpa, que es el peor de los jueces ya que conlleva la condena previa al delito. Jonás es gordo por su culpa y debe pagar por ello; así llevan diciéndoselo los demás desde que tiene memoria. Su condena es su gordura, al igual que su pecado; ser gordo para ser burla, por ser distinto, por ser inferior. El mundo es normativo, la ropa, los lugares, incluso los deseos, todo está hecho para los que encajan, nunca para los que quedan encajados. El río comienza a arrastrarlo, la corriente lo arroja contra las rocas y él se deja llevar; ¿quién lucha contra lo evidente?

Todo es más difícil para él, todo es distinto. Baja el perfil, que no te miren; aunque lo hagan no van a verte. De sus dos mitades, una se hace cómplice de los otros; ya no hace falta que lo dañen, ya puede hacerlo él mismo. Se aleja, de todo, se esconde, de todo, se hace más pequeño cuanto más grande, más débil, más gordo. Toma decisiones que no duran, que no curan y, al final, se seca. Nada reverdece un árbol seco, nadie le devuelve la vida a quién dimite de ella, nadie tiene piedad de la ballena.

Categorías: Microrrelato

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