La casona

Publicado por garvidal en

La niebla se desgarraba como ingrávidas hebras de algodón sobre las cumbres de las montañas. Abajo, en el valle, pacían las reses vigiladas por los perros que hoy buscaban el sol para calentarse del relente de la mañana. Un viaducto rompía el paisaje y, sobre él, ignorantes de la belleza de aquel paraje los vehículos se afanaban por devorar kilómetros sobre el asfalto estéril. Recuerdo haber visto los tulipanes junto a la entrada de la casa, en el parterre en el que también habitaban los pensamientos. De los balcones, en cambio, asomaban vergeles de begonias blancas y amarillas como escarapelas sobre el pecho de un militar. Recuerdo abiertas las contraventanas de madera para que la luz, que en aquellas tierras era un bien preciado, lamiera con calor el interior de la casa. La primera planta de la casa se erigía en piedra gris mientras que la segunda habitaba entre la madera cuidada de tablones añejos. Era aquel un caserío moderno que buscaba las líneas clásicas sin poder disimular su juventud. Años hacía que la antigua casona, alrededor de la que hocicaban los cerdos y cacareaban las gallinas, había sucumbido al paso del tiempo y que la familia que la habitaba la vendió a la mía para irse a la ciudad a buscar una prosperidad cuya promesa la vida incumpliría más adelante. Mis padres, en cambio, hallaron allí la paz que buscaban escapando el ruido de la capital que, cada vez más, se les hacía insoportable, sobre todo desde mi pérdida. Recuerdo a mi madre, en el jardín, cuidando de las plantas y ayudando a mi padre con el huerto en el que calabazas y coles medraban. Pero, sobre todo, recuerdo la tristeza, el gris del duelo, las lágrimas restregadas en los pañuelos húmedos, la vida truncada y la herida que no cierra. Pero son todos ellos recuerdos fríos, al fin y al cabo, ¿cómo puede recordar un fantasma?

Categorías: Microrrelato

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