La hoguera

Publicado por garvidal en

Pensó en hacer una hoguera en el centro del patio para quemarlo todo, como un ciclo, como un ave mitológica, para renacer de las cenizas. Pero cuando el fuego se apagó volvió el frío. Quizá destruir para reconstruir no era una buena idea. Sacó al sol su mecedora y se sentó sobre ella, oscilando, con los ojos cerrados, recibiendo el calor traidor del sol de invierno. El craqueo de los arcos sobre el suelo le recordaba a las nueces al romperse, a las pisadas de los caminantes sobre los senderos y, no supo muy bien por qué, deseo marcharse. Cargó de membrillo su morral y, calzado con la esperanza de encontrar lo que no buscaba, dio el primer paso hacia lo desconocido, pero al segundo ya quiso volver a casa. Sintió el desamparo del caminante solitario, pero también la belleza del silencio; paseo entre los abedules inmortales del recuerdo, saboreando el tiempo posado sobre sus cortezas, acarició los sauces que lloraban en los meandros del río, dándoles el consuelo de aquel que se derramó en lágrimas. Y, cuando el otoño comenzó a mecerse en las ramas de los castaños desnudándolos de hojas, sintió la nostalgia de la diáspora y pensó que sería mejor recibir al invierno en casa. Emprendió el camino de vuelta y encontró que los senderos se le hacían nuevos a su paso. Nada quedaba de él en los lugares del pasado, tan solo las cenizas de una hoguera ya fría. Y se dio cuenta de que, cada paso dado, es un camino al futuro, una ruta inevitable, sin ciclos, sin retorno. Volver es un verbo que se conjuga en futuro, pensó. Y perdió, entonces, el amor por la nostalgia dejando su mirada fija hacia delante.


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