La muerte

Publicado por garvidal en

Cuando la muerte llegó a por ella no la encontró en casa. Sorprendida, la Parca miró en todas las habitaciones, inhabitadas, llenas de ecos, pero no estaba allí. Se sentó a esperarla en el sofá. Era cómodo. ¿Qué problema había con que la dama blanca se tomara un leve descanso? Ninguno, seguro. Dejó la guadaña apoyada contra la pared, se quitó la capucha oscura y puso los descarnados pies sobre la mesilla del salón. Se respiraba quietud, esa tranquilidad que dan las casas de los mayores en las que parece que el tiempo se detuvo años atrás, en las que las fotos de los familiares que ya no los visitaban se acomodaban sobre las estanterías, como si el tiempo no pasara en balda. Se rio de su ocurrencia y se sorprendió. Hacía años que no escuchaba su propia risa. No era habitual que la muerte riera. Se levantó del sofá y se calzó unas cómodas pantuflas que encontró en el dormitorio. ¡Qué sensación! Se dio cuenta de cuan cansada estaba de caminar descalza, siempre por el suelo frío, siempre en silencio. Se acercó a la cocina. Todo en orden, todo limpio. Una nota en una pizarrita sobre la pared que rezaba “Julepe martes jueves y sábado. Médico el lunes 23” con una sonrisita dibujada debajo. Seguro que, alguna nieta cariñosa, habría dejado esa nota para recordárselo a su abuela. Hoy era martes, así que estaría jugando al julepe con sus amigas. Abrió la nevera; muchos tarros etiquetados, algo de fruta y queso. Una vida sencilla. Se hizo un café en la cafetera de cápsulas sobre la encimera y el olor la trasladó a un millón de recuerdos, de vidas segadas, de tiempos pasados. Tomó la taza entre sus manos y se sentó en la única silla que habitaba junto a la mesa de la cocina. Seguro que aquella mujer comía allí sola la mayoría de los días, una silla, una vida. De repente escuchó una llamada. Alguien necesitaba que le ayudara en su tránsito. Se terminó su descanso. Pensó en el trabajo pendiente y en el pequeño descanso del que había podido disfrutar esta tarde, como hacía un millón de años que no se dedicaba un instante para sí misma. Y pensó que esa mujer, que jugaba al julepe hoy con sus amigas, no molestaría a nadie si vivía una semana más. Ella, la muerte, la visitaría el próximo jueves y, si no estaba, quizá podría volver a sentarse un rato y tomar un café en aquella casa llena de paz.

Categorías: Microrrelato

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