La vi marchar

Publicado por garvidal en

Llegó hasta mí con la mirada derrotada, con ese aire de andar perdido de las personas que toman ansiolíticos para calmar un dolor incontenible. Vertió cada palabra con la medida justa, intentando no desbordar en lágrimas, y cada gesto buscaba ese equilibrio imposible ya de encontrar con el duelo marcado en el rostro. Pidió algo trivial para luego, con la voz haciéndosele un nudo en la garganta, hablarme de su hijo, sobre el que necesitaba un trámite rutinario. «Debe venir él» le dije. «No es posible, ha fallecido», sentenció ella.

La vida de los demás es cómo un globo lleno de pintura que, cuando se pincha, mancha a todos a su alrededor, como una granada que, al explotar, destroza con metralla las almas de los que están más cerca y, esas manchas, esas heridas, ya nunca desaparecen, siguen con nosotros, indelebles, incurables. Esa joven, esa mujer herida me recordó a tiempos de cicatrices sin cerrar que todavía duelen cuando cambia el tiempo, que se perciben a través de las costuras de la vida. La pérdida es un duelo inconsolable que se calma con el tiempo. Los espacios vacíos que dejan son recuerdos detenidos que se deshilachan perdiendo forma y color, las voces se olvidan, los rostros que ya no envejecen, la piel que no se volverá a acariciar y deja de sentirse sobre la nuestra. Aquella mujer quebrada, arrasada por una pena infinita merecía un consuelo que no pude darle y la vi marchar, dejando a su paso un reguero de dolor que no olvido.


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