Los finales tristes
No hay final que no sea triste ya que, de alguna manera, todo lo que termina muere. «No quiero finales tristes», me dicen, pero ¿cómo evitar la derrota de la última página? ¿Cómo no sentir la despedida de aquellos con los que compartiste horas, días, vidas enteras? Releer es como recordar, tiene el regusto amargo del pasado que no volverá, la sombra de ese camino ya transitado que nunca volverá a ser nuevo. Y la llegada, la meta, siempre comporta tristeza y pérdida, el final del camino, el último párrafo, la puerta que se cierra tras la página postrera de la historia es, por naturaleza, triste. Y no importa que el postre haya sido el más dulce, el café siempre cierra una comida de modo amargo, robándonos el sueño, quitándonos la calma. «No quiero finales tristes», me dicen, pero los finales lo son siempre. A veces te permiten soñar futuros, pero solo son sueños de los que uno, al fin y al cabo, siempre despierta, como de una anestesia, como una luna de miel que nos ciega a la verdad del final. Cuando el autor pone el último punto de una historia, un médico pide a su equipo la hora para anotar en el certificado de defunción cuando todo termina, cuando sólo podemos enterrar ese libro entre otros semejantes para intentar cerrar las heridas que nos dejan los filos de sus páginas en nuestras almas. No me pidáis finales que no sean tristes, que lo son todos los que nos saben a poco, pero aprendamos todos a conformarnos con tener otras mil y una vidas esperando a ser leídas en las estanterías del tiempo que nos queda.
0 comentarios