Panegírico a Agustín Lázaro Segura
Hoy ha fallecido mi amigo, compañero e inolvidable jefe Agustín Lázaro Segura. La vida no da tregua, y en esta época extraña en la que nos hemos dado cuenta de lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros hemos perdido a Agustín, como la arena que se nos escapa entre los dedos. Hay personas a las que la muerte hace buenas, a Agustín lo hizo bueno la vida. Terco defensor de sus ideas que no abandonó bajo ningún yugo, baluarte inexpugnable que acogía a propios y extraños y los hacía suyos, amigo fiel y mordaz que no daba una batalla por perdida. Tuve la suerte de compartir dichas y desdichas con él, aventuras inconfesables, discusiones honestas y muchos yantares en posadas de diverso pelaje que parieron recuerdos que hoy atesoro. Mi admirado Agustín, historia viva de esta España nuestra, emigrante, retornado, adelantado a su época, madrileño de pro, amante confeso de la que terminó siendo su ciudad, Cuenca, que recorría sin tregua, caminante altivo, senderista de esta vida nuestra, cuyos caminos recorrió siempre en compañía de los suyos y de los que nos pensamos parte de su ruta. Hoy Agustín ya no está para decirme “chato, no me seas gilipollas” con esa cadencia suya tan particular, pero creedme si os digo que es como si lo estuviera escuchando ahora. El pasado enero compartí con él la última comida que tendríamos juntos, y de nuevo fui testigo de su vitalidad y ese fuego con el que pasionalmente nos arrastraba a todos a su lado. Un lujo, creedme, compartir con él una importante parte de mi vida, un tesoro el haber sido parte de la suya, aunque fuera una parte pequeña en su inmenso mundo, y un dolor intenso el no poder ir a despedirlo hoy como él y los suyos merecen. Volveré a su tierra, volveré a los sitios que con él compartí y allí, con una copa de vino y un corazón encogido, daré firme despedida a mi amigo, compañero e inolvidable jefe Agustín Lázaro Segura, que la tierra te sea leve.
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