Por la mañana

La vida eran los domingos por la mañana. Las sábanas cálidas y perezosas la mantenían atrapada a sabiendas que el teléfono dormitaba apagado sobre la mesilla de noche y la ropa de la noche anterior, desperdigada por todo el cuarto, la había arrojado casi desnuda bajo el edredón, que los calentó cuando él la desnudó del todo. Tenía todavía la mañana a ras de piel y, con su contacto cálido, despertaron también las ganas. Y el apetito de devorarse les dio el tiempo que necesitaban porque, para ellos, la vida eran los domingos por la mañana.
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