Remiendos
Se le partió el alma en dos, como tela cortada con tijeras de modista, dividida como mantequilla acariciada por un cuchillo caliente. No había visto las líneas de tiza que marcaban el corte. Nadie las ve, son el plano de nuestras tristezas, las marcas que indican por dónde la vida nos va a romper como el tronco de un árbol seco, son los bocetos que más tarde dibujarán nuestros duelos. Y por ahí se quebró, con astillas que se clavaban bajo las uñas, con un dolor tan profundo que respirar acuchillaba su pecho. El vacío llenó las habitaciones de la casa, la ausencia las impregnó de tristeza y el eco, tan solo el eco, habitó los pasillos, ahora fríos. Todo era recuerdo, recuerdo aferrado a las sombras, bajo los cojines del sofá, en las fotografías, ahora absurdas, que poblaban los muebles. Los libros leídos, consumidos, que habían perdido su razón de ser, se arrebujaban sobre las estanterías como si, ateridos de frío, buscaran el calor de sus semejantes. Las botellas de vino pendientes, los ya imposibles viajes aplazados y los sueños incumplidos marchitaron, dejando sus hojas secas al único amparo de un viento empeñados en borrar recuerdos. Y, sin dejar de rumiar su pérdida, todos caminaron cabizbajos hasta la puerta a seguir con sus vidas, ahora un poco más tristes, ahora un poco más vacías. Por que de eso se trata, al final, la vida: de despedirse de los que se van y volver a coser nuestras heridas para vivir, remendados, hasta que seamos nosotros los que se marchen.
0 comentarios