Silencio
Dos velas encendidas sobre el aparador era toda la luz que necesitaba para sus noches en soledad. Hacía muchos años que el silencio había infectado su vida, primero desde sus pies, que dejaron de hacer ruido al caminar, luego desde sus manos, que quedaron mudas de caricias, y finalmente su corazón, cuyos latidos dejaron de sonar. El reloj de su pulsera estaba atrapado en un segundo infinito de un tic que ya no tendría tac, el silbo de sus pulmones se convirtió en una exhalación continua y de su garganta no volvió a surgir palabra alguna. Pero, lo peor de todo, lo que más le dolía, era el silencio de su cabeza. Ni un pensamiento, ni un recuerdo, nada acudía a él desde aquel día, aquel día funesto en el que su amo murió y dejaron para siempre a la pequeña marioneta, desvencijada y silenciosa, en el aparador, junto a dos velas encendidas.
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