Viernes de dolores
Mi abuela siempre hacía rollos fritos los viernes de dolores. Recuerdo el olor de la masa, que mezclaba con aquellas manos sabias manchadas por la edad, manos que moldearon tiempos duros como amasaba la harina junto al agua, con ímpetu, con determinación y, siempre, con aquella sonrisa pícara. La recuerdo eternamente de luto riguroso, con un mandil para proteger sus oscuras camisolas del blanco rubor de la harina, calzada con unas “alpargatas”, también negras, de suela de goma, que llevaba comprando toda la vida en la misma tienda del barrio. Mientras la masa reposaba, mi abuela disponía sobre el fuego una sartén negra con pintas blancas, como ella misma, a rebosar de aceite y, mientras se calentaba, con la habilidad que da la costumbre, arrancaba de la masa pequeñas porciones que convertía primero en un delgado cilindro y, con un giro de la muñeca, en una rosquilla unida por sus extremos. Cuando el aceite comenzaba a humear, los pequeños lazos iban sumergiéndose en él provocando un sinfín de burbujas y un olor que impregnaba toda la casa, aroma que comenzaba a hacer rugir nuestros estómagos a sabiendas de que, en breve, tendríamos los dedos y los labios aceitosos y azucarados. Los crecidos rollos iban naciendo del aceite, primero dorados, luego un poco más oscuros según iba pasando el tiempo, y terminaban bajo una nube de azúcar que mi abuela recargaba constantemente como si fueran los mágicos polvos de un mago. Luego venía la espera, “no podéis comerlos todavía que están muy calientes y pueden haceros daño”, nos decía, pero el estómago de un niño manda sobre su cabeza, y hurtábamos los pedazos de aquellos rollos maltrechos que, a buen seguro, mi propia abuela malograba para calmar nuestro apetito impaciente. Los sabores son recuerdos indelebles, imágenes del pasado que degustamos y que, siempre, nos dejará un regusto dulce. Hoy es viernes de dolores. Seguro que alguna abuela, en algún lugar, estará cocinando unos rollos fritos que dejarán una huella eterna en el paladar de aquellos que la recordarán siempre.
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