Y piensa…
Se desperezaba como los gatos los sábados en la mañana, justo antes de perpetrar el ataque a un despertar lleno de brillos de invierno. El frío momentáneo que se colaba al abrir las ventanas terminaba de despejarle los ojos, contrastando con la cálida acogida de la madera del suelo a sus pies, que la recibía. Con energía ondeaba el edredón, como una bandera blanca (con flores rojas y un detalle bordado al pie) para rendirse a la belleza de la mañana, depositándolo sobre la cama que quedaba como una isla desierta hasta la noche. Luego, el sonido ronco de la cafetera de cápsulas aromatizaba la casa mientras que el murmullo del microondas lo acompasaba terminando con un timbre como apogeo final. Después las voces en la radio, saltarinas, sonrientes, la acompañaban en el desayuno poblado de luz, tostadas y tomate. Aullidos en la ducha, más que canto, el rugir del secador y la mirada furtiva al espejo (¡qué bonita estoy hoy!), sentir que la ropa la acogía con un cálido abrazo, calzado cómodo y lanzarse a la calle era todo cuanto necesitaba. La mañana madura como la fruta de verano que, como un trampantojo, puebla las cajas apiladas junto a su caminar, mientras ella mezcla en su cabeza planes con deseos, futuros presentes en cada sueño, juega con su cabello frente a los escaparates luminosos de las tiendas que reclaman su atención y allí, al final del camino, el mar que, infinito a sus ojos, le promete escucharla una vez más. Sales de cristales de invierno brillan sobre la barandilla blanca y fronteriza a la playa, que la cerca, y apoyada en ella sonríe al sol tímido de un inverno que despierta el sonrojo en sus mejillas. Y piensa cuanto le gustaría bailar.
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