Dónde mora el deseo

Publicado por garvidal en

Le hipnotizaba verla caminar. El péndulo de sus caderas lo sacaba de allí dónde estuviera y anulaba su voluntad. Andar dos pasos por detrás de ella era lo más parecido a volar. Se transportaba entonces a su piel, suave, al olor ligero a limones y flores, al tacto liviano del vestido de verano que producía un roce casi eléctrico con su cuerpo, aquel símbolo de infinito en el que le gustaba resguardarse de las estrellas que lo envidiaban cada noche. Recordó el peso abandonado de sus manos amarrando su cintura, el desparpajo de sus pechos blanquecinos que parecían ingrávidos y despiertos cuando él los ungía de caricias, el tacto rugoso que encontraba su lengua amamantada. Tenía necesidad de ella, de poseerla sin ser suya, de explorarla como un niño que entra en un desván misterioso, de envolverla en su propia piel para que, durante un instante al menos, fuera su cautiva y su cautiverio, la jaula abierta de la que el gorrión no quiere escapar. Verla caminar y recordarla desnuda eran todo uno, el descuido de una puerta entreabierta tras el baño, el ronroneo del sueño ligero bajo las sábanas de la primavera con la pasión gastada, la embestida final con un grito mudo que lo derrotaba sobre ella, el jugueteo con el colibrí jugoso de su sexo con el que la llevaba a una erupción que surgía desde su bajo vientre hasta emanar un chillido impúdico con el que rubricaban el contrato que los unía. Ella se giró y lo miró. Él se sonrojó mientras ella reía. Estaba seguro de que había sido capaz de leerle, una vez más, la mente. La tomó de la mano y la llevó allí dónde mora el deseo. 

Categorías: Microrrelato

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