Pérez cuadrado

Publicado por garvidal en

Pereza era su nombre de pila. Cuando su madre se quedó embarazada le preguntaron si estaba feliz por su embarazo y ella contestó que lo que tenía era una enorme pereza dentro y así la llamó, Pereza, Pereza Pérez, para más inri, Pérez al cuadrado, como la llamábamos nosotros. Era delgada, bajita, enérgica, quizá algo bruta, casi un chicazo, como decía su madre, pero era nuestra amiga más fiel. Gustaba más de andar con chicos que con chicas, a las que no entendía, y siempre prefería una pelea a pedradas a pasar la tarde saltando a la comba. En aquellos tiempos en los que los coches no invadían las calles y en los que solares vacíos eran espacios de juego, nos perseguíamos, nos escondíamos, crecíamos juntos como niños libres, sin miedos, sin más peligro que el que nosotros mismos creábamos. El tiempo fue pasando y las calles de aquella ciudad-pueblo se llenaron de edificios impersonales, de vehículos fríos, de semáforos y rotondas. Y nosotros crecíamos con la ciudad y nos íbamos olvidando los unos de los otros, perdiendo amigos en cada curso, vecinos que emigraban a barrios más modernos, familias que marchaban a ciudades lejanas. Aquella pandilla se fue desmembrando hasta que tan solo quedamos unos pocos. Ella era de los incombustibles, de los originales, pero también creció. Aquella niña delgada y pecosa, bajita y enérgica se transformó ante nuestros ojos. Encontró compañeras de viaje y se cansó de nuestras absurdas peleas de gallos adolescentes a las que nos empujaban las hormonas y el acné y, poco a poco, dejó de ser parte de nuestras vidas como nosotros de las suyas. Perdimos su rastro entre los nuevos amigos, los nuevos amores, gente que se prometía eterna en nuestras vidas y que duró, como diría Sabina, lo que dura un corto invierno. Cuando se despejó la niebla y la vida nos puso sobre sus carriles todos dejamos de pensarnos, aunque Pérez, nuestra Pérez cuadrado, siempre quedó en mi memoria, como el rumor del mar que acompaña los paseos por la playa. Ganamos y perdimos batallas, dejamos en las esquinas los restos de nuestros pasados y, un día, uno de esos días anodinos sin número y sin nombre que nos regala la rutina, nos cruzamos como en un torneo medieval. Ella iba de la mano de una niña pecosa y delgada, yo andaba acompañado de mis desdichas y mis bostezos. Cruzamos mirada, armamos sonrisa y, ante la duda, tan solo nos dedicamos un hasta luego que sonó a derrota. La vida nos invalida para revivir el pasado, nos avergüenza el olvido y, cuando nos cruzamos con nuestros recuerdos tan solo podemos dejarlos ir.  

Categorías: Microrrelato

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