Recuerdos
En la jaula de sus costillas contenía un universo entero, un corazón que orbitaba en pálpitos alrededor de un alma cálida, cometas que ascendían en suspiros hacia su boca y estrellas rutilantes que calentaban el aire de sus pulmones. Bailaba con los ojos cerrados, con el cabello suelto como un arcoíris, de puntillas, descalza, devanándose como la monda de una naranja dulce. Si te acercabas lo suficiente podías escuchar el ronroneo de su canción perenne, degustar el aroma de su cuello que encogía en un gesto coqueto al ser besada. Dejaba a su paso volutas de recuerdo, como el humo de una antigua locomotora, ríos de almíbar sobre los que navegaba el silencio de sus pensamientos que, cada día, buscaban el pasado sin hallarlo, encontrando las imágenes más lejanas de lo que fue y, cómo si se alimentara de ellas, perdiéndolas en el mismo instante de recuperarlas. No sabía cuánto hacía que su mundo se había difuminado, permanecía encerrada en su mente con su voz como única compañía, con el eco de las llanuras pobladas de brumas habitando en su mirada. Los rostros le parecían cercanos, pero eran de cera y se deshacían al calor de su olvido, los nombres dejaron de tener sentido y el futuro se transformó en un presente difuso. Lo último que olvidó fue sonreír.
21 de septiembre, día mundial del Alzheimer.
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