La vuelta a casa
Vestirse cada día una sonrisa era ya de por sí un esfuerzo para Laura. Tras velar armas cada noche, intervalo de sueños normalmente deshilachados por los recuerdos que fluían de la oscuridad, se alzaba sobre la niebla del dolor y caminaba descalza por una senda de cristales rotos hasta perder el rumbo de la mañana. Aun así, llegado el momento, cargaba su alma con fuerza en su espalda y, levantando todo el peso del universo, sonreía, saliendo a la calle con una pena tenebrosa y esquiva. El día la lanceaba con su prisa y las miradas de la gente traspasaban su cuerpo vaporoso. El trayecto hasta el trabajo se convertía en un vía crucis diario, estaciones de penitencia donde se abandonaba unos instantes para respirar la vida que le iban robando la soledad y la pena. Desde la pérdida nada había sido igual. Su casa, muda de infantiles risas, era un vientre estéril, una nevera fría atrapada en el tiempo, y escapar de ella cada mañana una batalla sin cuartel. Pese a ello, cada vez que el corazón le volvía a pesar en el pecho su mayor deseo era volver a casa, a aquella casa anclada en un tiempo más feliz, un tiempo que no volverá.
En el trabajo, las voces de sus clientes le parecían rezos lejanos, letanías a otros dioses que no eran los suyos. Y las horas, que se elongaban como un tobogán sin final. Pero, lo que más daño le hacía eran las miradas de pena, la lástima en el pecho ajeno, la compresión que no entiende, que no asume que, en realidad, Laura prefería estar muerta a vivir estándolo. Su pensamiento era una moviola eterna del accidente, como si al no dejar de pensar en él pudiera hacer algo por cambiarlo, y los detalles nítidos y precisos que no podía olvidar se le clavaban una y otra vez en las heridas que nunca se cerrarían
La vuelta a casa era el descenso a los infiernos. La puerta gruñía desesperada al abrirse y la luz huía como una rata asustada de los rincones del pasillo. En la sala, sobre el sofá, el llanto la esperaba como único consuelo. Se sentó, cogió su teléfono, fosa común de condolencias, y armándose de valor, marcó su número. La luz de la pantalla pareció darle calor a su mirada, y la voz, aquella voz, al otro lado de la línea la confortó cuando le dijo: “Te esperaba, Laura. Vamos a superar esto juntos”.
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