Su lucha.
Apretó fuertemente el puño pese a tener la mano llena de cristales rotos, lo que provocó un dolor lacerante y un goteo de perlas rojas que repiqueteaban sobre el suelo. Los dientes sellados, la respiración agitada, los ojos entrecerrados y los hombros cargados como escopetas, la vista fija en un punto, las rodillas flexionadas y la respiración agitada. Todo alrededor se iba difuminando dejando tan sólo un punto enfocado, los opresores, parapetados tras sus escudos de plexiglás, escondidos bajo sus cascos y sus trajes uniformados y blindados. Pero él tenía la razón, y esa razón le daba su fuerza y su furia. Las consignas que le habían sembrado en la cabeza desde pequeño habían germinado gracias a un abono constante de mentiras y falaces desviaciones de la historia, y ahora era un luchador de la libertad convencido y fuertemente motivado, de esa libertad que su pueblo anhelaba para sí mismo, pasara por encima de la libertad de quien pasara, los demás, todos, son opresores. Sus padres eran de otra comunidad, vinieron en los setenta atraídos por el trabajo bien remunerado, gente humilde, emigrante, trabajadora, pero él no era así, él tenía los derechos de sangre de una nación que no existía, de una historia inventada o manipulada en lo concreto, él era el resultado de un trabajo constante por crear luchadores por la libertad, que se partieran la cara, que terminaran en prisión para que otros, los de arriba, los de siempre, pudieran aumentar su porcentaje del simbólico 3% a algo más sabroso y generoso. Los ríos de clones lo arrastraron hasta yacer bajo las porras de sus enemigos, y aunque perdió dientes, quedó magullado y herido, no dejó de pensar ni por un momento con orgullo que aquella era su lucha.
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